A los 43 años, nuevas lecciones para el movimiento popular
*Luis Camilo Romero
El 24 de Junio de 1967, quedo en la memoria del pueblo boliviano y el mundo entero como uno de los episodios más cruentos de nuestra historia. Una historia que no figura en las páginas oficiales de la novela nacional, aunque se mantiene viva en la memoria colectiva y se la transmite a través de la oralidad, de generación en generación, y que no se quedara, como sucede con los hechos históricos que se resisten a sucumbir entre las brumas del olvido.
En 1964 el Gral. René Barrientos, que era vicepresidente, dio un golpe militar sostenido por Estados Unidos contra Víctor Paz Estenssoro. El objetivo central de su dictadura sería derrotar al movimiento obrero, que venía resistiendo con creciente fuerza el giro proimperialista de los gobiernos del MNR y “poner orden” en el país de acuerdo a los planes norteamericanos.
Barrientos a lo largo de su gobierno, buscó construir una base de apoyo social a sus planes contrarrevolucionar ios con una demagogia antiizquierdista y el llamado “pacto militar-campesino” , que estableció con la burocracia oficialista de los sindicatos del agro. Al mismo tiempo, recortaba los salarios mineros, prohibía los sindicatos y lanzaba una feroz persecución política.
El movimiento minero en los años ‘60
La resistencia obrera encontró en los mineros su principal expresión, particularmente en Siglo XX, la ex mina de Patiño y principal centro minero del país, donde trabajaban entonces más de 5.000 obreros, la “flor y nata” del proletariado minero que se había batido contra los gobiernos de la “rosca” y los empresarios y que había jugado un papel de vanguardia decisivo en la revolución del 52.
Siglo XX había sido también vanguardia en el proceso de ruptura con el MNR durante los años siguientes. Siglo XX era ahora el puntal de la resistencia en las minas, que se extendía poniendo en pie “sindicatos clandestinos” y hasta haciendo asambleas en lo profundo de los socavones.
La guerrilla del Che
Entre tanto, desde marzo de 1967 operaba en la zona de Ñancahuazú el foco guerrillero dirigido por Ernesto “Che” Guevara, lo que conmovió al país y tuvo gran repercusión internacional. Por entonces importantes sectores de la vanguardia estudiantil, entusiasmados por la revolución cubana, rechazaban el podrido reformismo de los viejos partidos y veían una alternativa en la estrategia foquista.
Las acciones guerrilleras comandadas por el Che se iniciaron en Bolivia el 23 de marzo de 1967, tres meses antes de la Masacre de San Juan. Aunque en escenarios completamente distintos y alejados, los sucesos de San Juan no se explican sin la insurgencia del grupo armado en Ñancahuazu.
La masacre de San Juan fue, en última instancia, una medida estratégica preventiva dispuesta por el presidente René Barrientos Ortuño y sus asesores estadounidenses, precisamente para evitar que se constituya y articule un nexo entre mineros y guerrilleros.
Los militares, con la injerencia directa del imperialismo norteamericano, emprendieron el cerco y caza del puñado de guerrilleros así como a una sañuda persecución de militantes de izquierda y luchadores obreros y estudiantiles. El intento guerrillero terminaría con el asesinato del propio Che el 8 de octubre en La Higuera.
La ocupación a las minas y la masacre
En este marco, el gobierno decidió aplicar un castigo ejemplar a los mineros y despejar el riesgo de un mayor ascenso obrero, cuando quería concentrarse en el aniquilamiento de la guerrilla del Che. De hecho, la masacre minera sería justificada con el pretexto de “combatir el proceso subversivo”.
En la madrugada del 24 de junio, se debía realizar el Ampliado Nacional de Mineros, en Siglo XX, donde iban a iniciar protestas contra la rebaja de un 50 por ciento de salarios; y el aporte económico y voluntario para la guerrilla del Che Guevara para derrocar al gobierno y la posibilidad que emerja un foco guerrillero en las minas, lo que habría que frenar lo antes posible, con las armas.
Cuando aún no se habían apagado las fogatas de la Noche de San Juan, el ejército lanzó un asalto en regla contra los mineros desprevenidos.
“Aproximadamente a las 5 de la madrugada del 24 de junio, fracciones del regimiento ‘Ranger’ y de la Policía Minera ocuparon los distritos mineros de Catavi y Siglo XX produciéndose tanto en la ocupación como en las fricciones armadas con los trabajadores, 16 muertos y 71 heridos.
Mientras los trabajadores y sus familias se encontraban aún alrededor de la fogata de San Juan, esa madrugada se escucharon nutridos disparos de fusilería, ametralladoras y explosiones de dinamita, que se prolongaron hasta las 6.30 horas.
El fuego provenía de las faldas del cerro San Miguel, por donde descendieron fuerzas del Ejército para ocupar los campamentos, dándose en esta acción las mayores bajas, sobre todo en el campamento denominado ‘La Salvadora’.
Las fuerzas del Ejército llegaron hasta la Plaza del Minero y ocuparon la sede sindical y Radio ‘La Voz del Minero’. En este último local había trabajadores que resguardaban sus instalaciones y con quienes chocaron los ocupantes”. (Relato de Víctor Montoya, testigo de la Masacre).
Algunos confundieron las ráfagas de las ametralladoras con los cuetillos y el estampido de los morteros con la explosión de las dinamitas. La empresa, en complicidad con los masacradores, cortó la luz eléctrica aquella madrugada, para que las radios no pudiesen transmitir ninguna alarma a los pobladores; en tanto los soldados, que estaban apostados en el cerro San Miguel, cercano de Canañiri, La Salvadora y el Río Seco, bajaron como recuas de asnos por la escarpada ladera y ocuparon a fuego los campamentos, la Plaza del Minero, la sede del sindicato y la radio “La Voz del Minero”, donde fue asesinado el dirigente Rosendo García Maisman, quien, parapetado detrás de una ventana, defendió la radio con un viejo fusil en la mano.
La matanza duró varias horas bajo el sol del 24 de junio. Los muertos se desangraban junto a las cenizas de las fogatas y los heridos acudían al hospital, mientras las madres, aterradas por los disparos y los gritos, intentaban calmar el miedo y el llanto de sus hijos.
Hubo aún algunos intentos de resistencia obrera: los mineros alcanzaron a reunirse en lo profundo del socavón y declarar un paro de 48 horas mientras la indignación crecía en el país. Pero la represión continuó con saña; en julio fue apresado Isaac Camacho, dirigente minero trotskista, y asesinado luego de ser brutalmente torturado.
“La masacre fue ejecutada por órdenes expresas de René Barrientos Ortuño, cuyo gobierno bajó los salarios a niveles de hambre, desabasteció las pulperías, prohibió el fuero sindical y desató una sañuda persecución contra los dirigentes políticos y sindicales, con el propósito de destruir sistemáticamente el eje principal de la resistencia en el seno del movimiento obrero.
De hecho, según testimonios de primera mano, se sabe que para el 24 de junio se tenía previsto la realización del ampliado nacional de los mineros en Siglo XX, con el fin de exigir un aumento salarial y apoyar a la guerrilla del Che con “dos mitas de su haber”, equivalentes a dos jornadas de trabajo”, acotó Montoya en su testimonio.
Una suma importante si se considera a los aproximadamente 20.000 trabajadores que por entonces tenía la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL).
“Las mayores víctimas se registraron en el campamento denominado “La Salvadora”, cerca de la estación ferroviaria de Cancañiri. Según relata la ex dirigente, Domitila Chungara, que ahora radica en Cochabamba, pero que sus constantes luchas se gestaron en las minas. Chungara en su libro “Si me permiten hablar”, también nos da referencias de la masacre.
Hoy, cientos de mineros relocalizados, desterrados y migrantes recuerdan una de las acometidas del gobierno militar de René Barrientos Ortuño.
Las cifras
Muchos heridos no fueron al hospital, algunos obreros simplemente desaparecieron, sin que se hubiese podido establecer con exactitud, hasta el día de hoy, las cifras de la masacre.
Rosendo García, Ponciano Mamani, Nicanor Tórrez, Maximiliano Achú, Bernardino Condori, un niño de 8 años, un bebé de horas de nacido y otros más fueron los primeros de la lista. Al final, ningún medio pudo determinar la cantidad exacta de muertos, heridos y desaparecidos.
Lo cierto es que desde 1964 y durante todo el ciclo de dictaduras, hasta pasar toda la década de los 90, la intromisión norteamericana jugó un papel preponderante, con la participación activa de la oligarquía y sectores dominantes, tanto en la expoliación y entrega de recursos naturales, enriquecimiento de unos cuantos, así como en la complicidad de la represión hacia el movimiento obrero-minero, fabril, o indígena.
Una mirada desde los acontecimientos y su proyección actual
La Masacre de la Noche de San Juan nos dejo varias lecciones, porque evidenció una de las maneras de estructuració n del poder, del estado colonial, del gobierno y sus “roscas”, las cuales seguirían su curso hasta llegar al “banzerato”, la dictadura garcíamesista, los años de la “democracia pactada”, el tiempo neoliberal y de su crisis en las primeras rebeliones de inicios de este nuevo siglo.
Pero también nos indicaría con claridad que esa estrategia del imperio persiste, porque si bien en ese tiempo estuvo detrás de la figura del Che, hoy lo esta en la conspiración a los procesos de cambio en América Latina, tratando de fracturar los gobiernos, tal el caso de Bolivia en 2008 con el apoyo a los grupos separatistas y las logias cruceñas.
Hoy, el Gobierno presidido por el presidente Evo Morales continúa esa lucha a través de una política de nacionalizació n, según coinciden ex dirigentes sindicales, quienes piden que se respalde y profundice esa tendencia que vive el país.
“Sólo con la unidad de la patria, tanto de los trabajadores mineros, campesinos, con la clase media y de todos los pobres, vamos a lograr que todos los recursos pasen a manos de los bolivianos, vamos a avanzar con los hidrocarburos y con otras minas, como Vinto, Huanuni”, señaló el máximo dirigente de la COB.
Por su parte, Carlos Soria Galvarro, en el libro “1967: San Juan, a sangre y fuego”, indica que hechos como los de San Juan, “son antecedentes que sirven para reafirmar la conciencia social, para mostrar que el camino ha sido muy duro, que lo que hemos obtenido debemos no solamente defender, sino profundizar, avanzar y crear las condiciones en el país para que nunca más se vuelvan a repetir hechos como los de la Masacre de San Juan”.
Agrega que se debe reconstruir la memoria histórica que muestra que la pelea por cambios trascendentales en el país “no es una lucha reciente, es una lucha muy antigua, que ha costado mucha sangre”. *Luis Camilo Romero, es periodista e investigador Boliviano para América Latina y el Caribe.